Valores
Entrada adulto general | $3.000
Estudiantes (con acreditación) | $1000
Adulto mayor (+ 65 años) | $1000
Menores de 12 años | GRATIS
Extranjero | $ 4.000 (Incluye servicio de audio-guía en Inglés, Francés o Portugués)
Todas las personas con su Credencial Nacional de Discapacidad, podrán ingresar de manera gratuita, más un acompañante.

A raíz de la exposición con obras inéditas de la destacada astrónoma que se exhibe virtualmente en el museo, conversamos con la Premio Nacional de Ciencias Exactas 1997 sobre su vida, el recorrido realizado en el mundo de las ciencias y su faceta artística. Para ella, las mujeres pueden y deben hacer lo que quieran, más aún si tienen las herramientas para lograrlo.

Dentro de la apretada agenda de María Teresa Ruiz (74) producto del eclipse que vivimos hace algunos días, tuvimos la oportunidad de conocer en profundidad a una de las mujeres más importantes del país, quien, con la ironía que la caracteriza, recordó los reproches que le hacían sus familiares por cuestionarlo todo. «Me decían “ya llegó la preguntona” porque les molestaba que preguntara tanto y mi mamá “mijita, ya no pregunte leseras”.»

Su vida siempre se ligó al arte y la ciencia, mundos que la acompañan hasta en la actualidad. 

¿Cuáles fueron sus primeros acercamientos con el arte?

Creo que cuando nací, porque mi padre estudió en la escuela de Bellas Artes. Si bien no alcanzó a terminar porque se casó y yo vine muy pronto, en mi casa siempre hubo un rinconcito que era el taller de pintura de mi papá, donde él pintaba y a mí me fascinaba. 

Para mí la pintura fue de toda la vida. Antes de aprender a caminar ya me estaban dando clases de dibujo, además, como mi papá era de academia fue muy exigente conmigo. Me criticaba las perspectivas, me hablaba de técnicas, de los planos, proporciones. En el colegio me iba muy bien en esos ramos, me ganaba premios en exposiciones y me dieron una beca para estudiar pintura en el Instituto Cultural de Las Condes. Ahí me tocó la suerte de tener a Carmen Silva y Tom Daskam de profesores, Tom nos hacía figuras humanas y Carmen naturalezas muertas. Después ellos se fueron a Estados Unidos y tuve clases con Claudio di Girolamo, así que fue una buena experiencia y me sirvió para escaparme un poco de las críticas de mi papá. En ese tiempo logré hacer lo que quería sin tener miedo de que me dijera que estaba mal hecho. En cierto momento tuve dudas si seguir con una carrera del área de las artes o de las ciencias.

¿Su papá influyó en esa decisión?

Sí, si la tuvo, a pesar de que yo no le hacía mucho caso al pobre viejo. Influyó en eso porque no la habíamos pasado muy bien económicamente y mi papá me dijo que era difícil que una persona se dedicara al arte. Realmente son pocas las que tienen la suerte o el talento de poder vivir de su arte, y poder hacer lo que realmente les nazca de tu impulso creativo. A esas alturas siempre me había ido muy bien en todo lo científico: física, matemática, química, me encantaban esos ramos, así que no era una cosa que me estaba sacrificando ni mucho menos. Mi papá me dijo que la pintura la podía seguir haciendo de la manera en que yo quisiera. Y ese fue el camino que tomé. Quería estudiar Ingeniería Química porque pensé que eso sería bien científico y entré al plan común de Ingeniería de la Universidad de Chile. Por suerte tenía un par de años donde te enseñaban lo básico antes de elegir algo definitivo. Justo se abrió la especialidad de astronomía y me fui por ese camino. En aquellos años con suerte sabía cómo se escribía el nombre de la carrera.

No sabía lo que significaba la astronomía, toda la vida he sido bien curiosa, muy copuchenta de cómo funcionan las cosas. Siempre me he dedicado a observar y le preguntaba a todo el mundo los porqués de las cosas. Mi familia me decía “ya llegó la preguntona” porque les molestaba que preguntara tanto y mi mamá “mijita, ya no pregunte leseras”. Una parte de mi interés por la ciencia surgió de ahí, porque no me estaban respondiendo las dudas que tenía. Pensé que lo mejor era que yo contestara mis inquietudes y aprendiera las cosas que me interesaban. 

Apareció la astronomía, hice una práctica de verano y fui a Tololo que estaba recién partiendo. Tenían un par de telescopios y lo bueno es que nos dieron unas pocas clases que me permitió saber lo básico. En una noche oscura en Tololo vi la vía láctea y me emocioné, porque me di cuenta que éramos parte de eso y yo no sabía nada. Fue un flechazo. En ese momento me dije que iba a ser astrónoma.

Fui la primera en sacar la licenciatura porque era una carrera nueva en el 1971, y ese mismo día me fui a Estados Unidos con una beca a Princeton a sacar mi doctorado. De ahí en adelante he andado por el mundo y nunca me he arrepentido de tomar esa decisión. 

Mi abuela siempre me decía que ser mujer no es ningún problema para que uno haga lo que quiera, las mujeres podemos cualquier cosa que queramos, y si no nos resulta no es porque seamos mujeres, sino porque no tenemos dedos para el piano.

Podríamos decir que con la astronomía fue un amor a primera vista.

Sí, totalmente, no fue esas cosas de a poco. De hecho, cuando llegué de vuelta a Santiago de ese viaje yo aún vivía con mis papás. A ellos les había costado muchísimo asimilar que quisiera ser ingeniero. Me decían que esa era una profesión de hombres, que cómo me iba a meter ahí, si a mí me gustaba el arte y las matemáticas que fuera arquitecto, que eso era más femenino. Y les dije que no, que eso no era lo que me gustaba. Finalmente, mi mamá se conformó con lo de ingeniero porque las amigas le decían que su hija era inteligente, estaba contenta, y cuando ya lo había aceptado le conté que no iba a ser eso, sino que astrónoma y casi se murió, me preguntaba de qué iba a vivir, si iba a leer el horóscopo.  

¿Cómo fue luchar con esos estereotipos de la época?

Tenía una buena aliada que me había educado de chica, que era mi abuela materna. Era una soñadora. Por diversas cosas cuando adolescente me fui a vivir ahí. Estábamos las dos como amigas en ese departamento: íbamos al cine, teatro, salíamos del brazo a caminar por Providencia. Mi abuela siempre me decía que ser mujer no es ningún problema para que uno haga lo que quiera, las mujeres podemos cualquier cosa que queramos y si no nos resulta no es porque seamos mujeres, sino porque no tenemos dedos para el piano. 

Mi abuela siempre confío en mí, de tal manera que nunca me pareció que hubiera muros que saltar, ni techos que romper, ni ninguna cosa, yo me sentía habilitada para ocupar todos los espacios de la sociedad que se me antojaran. Ella fue la que me dio lo básico para poder sentirme capaz de hacer cualquier cosa.

Le dio alas para volar al cielo y llegar a la astronomía.

Sí, totalmente. Otra cosa que me brindó mi abuela es que sentía que el cariño que me daba no tenía límites. Si yo hubiese sido una asesina en serie habría encontrado una disculpa y decir que yo tenía razón. No era para nada objetiva. Con mis papás sentía que me querían o me apreciaban porque era ordenada, y mi abuela me quería por lo que era. Esa sensación te da una seguridad en la vida tremenda. Saber que alguien estará atrás tuyo sea como sea.

Aparte de su abuela, ¿tiene alguna mujer referente?

En ciencias hay pocas, pero una de las que me emociona mucho es Marie Curie. La tipa era un genio. Imagínate dos premios Nobel, y bueno, todo se lo atribuyeron a su marido. Era una mujer que se le hizo un gran vacío porque se separó y se casó de nuevo. Ahora es súper normal, pero en aquella época era pecado mortal. A las mujeres siempre se nos han perdonado menos las cosas. 

En vivo y en directo no tuve mucha oportunidad de conocer mujeres científicas. Como artistas tampoco. Las mujeres no hemos participado mucho en la esfera pública y no se nos han reconocido mucho la parte del arte, porque si tú te vas a meter a un museo de los grandes, no encuentras ninguna mujer. 

 

(…) en una noche oscura veo el cielo y miro las estrellas, y siento una emoción pura y dura. A lo más un leve sueño de imaginarse si hay otros seres en otras estrellas mirándonos como un puntito, haciéndose preguntas similares.

¿Qué relación tiene el arte y la ciencia?

Tiene harta relación. Si te fijas los científicos tienen una mirada artística. Las matemáticas, la música tiene una conexión cercana. Para mí, la cosa que uno puede considerar que es común es que uno tiene que tener un cierto carácter, una especie de valentía y humildad ya que está explorando lo inédito. Tú cuando haces ciencia empujas a los límites de lo que es conocido y te encuentras con cosas nuevas, y tienes que ser capaz de entender lo que estás viendo. Requieres de cierta humildad para dejar que el universo te enseñe lo que hay allí, pero al mismo tiempo, tener la presencia y personalidad para decir que lo que ves lo interpretas de cierta forma y defender tus ideas a los demás, aunque no estén de acuerdo, porque muchas veces lo que descubres significa ir en contra del conocimiento normal.

¿Alguna vez pensó exponer en el Museo de Bellas Artes de Valparaíso?

No, en lo absoluto. Eso es culpa de la Pitti Palacios. Yo estaba en lo peor de la pandemia, los primeros meses paralizada, no hacía nada. Tuve que volver a hacer las labores de la casa que no realizaba hace mucho tiempo. Me pasé dos meses atontada. Muchas veces en esta época yo sabía que iba a hacer el próximo año y ahora no podía programar nada. Un día recibo una llamada de la Pitti, me propone hacer esta exposición virtual y me di cuenta que se me encendió una luz. Esa fue la razón de porqué le dije que sí, porque me di cuenta que tenía algo que hacer en este estado momificado en el que me encontraba. Ahora estoy escribiendo un libro, empecé a tener reuniones por Zoom y he visto a mis nietos un par de veces. Siento que uno empieza a darse el lujo de imaginar cómo será el futuro un poquito.

¿Cuándo mira el espacio exterior todavía se emociona? ¿Aún descubre cosas nuevas?

Sí, pero hay dos planos. Uno es cuando trabajo y estoy como resolviendo unos puzles, encontrando cosas y de repente hace clic la neurona y te das cuenta que descubriste algo nuevo y es una emoción intelectual. Pero por otro lado, en una noche oscura veo el cielo y miro las estrellas, y siento una emoción pura y dura. A lo más un leve sueño de imaginarse si hay otros seres en otras estrellas mirándonos como un puntito, haciéndose preguntas similares. 

¿Considera que en Chile se valora suficiente a las ciencias?

Yo creo que no lo suficiente, pero, por otro lado, estoy acostumbrada a ver la variación y ha ido cambiando positivamente. Cuando partí siendo astrónoma hace 50 años, les contaba a las personas mi carrera y pensaban que era astróloga porque nadie tenía idea, ahora casi nadie le pasa esa confusión. Soy optimista de que somos mejores que antes y estaremos mejor en el futuro.

¿Qué mensaje les daría a mujeres que la consideran a usted como una referente en el mundo de las ciencias?

Si hay alguna niña que se quiere dedicar a la ciencia, lo primero que tiene que saber es que ser niñas no es un impedimento. Las ciencias son una actividad que te llena la vida, que muchos científicos no lo contamos, pero es casi como un juego. La ciencia te mantiene siempre haciéndote preguntas entretenidas sobre cosas importantes, que en el caso de la astronomía te da una perspectiva de la vida bien única. Mi mensaje es que si les interesa se atrevan. Estoy segura que lo lograrán y serán un importante aporte al mundo. No es posible que la mitad de la humanidad se reste al avance, ya que la ciencia le da forma a la sociedad. ¡Atrévanse chiquillas!

 

Por: Tamara Candia Ahumada
Periodista Museo Baburizza

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