La alegría de pintar
Eran los años 80, momentos complejos, donde los artistas navegaban en la experimentación de lo conceptual y lo declamatorio. Buscaban nuevos formatos y técnicas. Pensaban que no había nada nuevo que pintar, así lo manifestaron en sus performances, instalaciones y happenings. Para la comunidad artística “la pintura había muerto”, pero ese estado casi repentino, duró poco. La pintura resucitó a mano de jóvenes artistas que amaban los colores. Pensaban que la pintura nunca moriría. Hay tantas cosas que pintar: películas galácticas; un sacacorchos; Condorito; una cazuela; Los Beatles; un sopapo; una mamá gallina y sus pollitos ¿cómo podrían NO pintar?
Carlos Maturana, Bororo como le decía su hermana menor, lo pasaba bien pintando. Le encantaba dibujar, desde pequeño, pero “no era bueno» para el dibujo. Con esfuerzo, estudios y mucha convicción, logró convertirse en artista. Pero precisa, «he trabajado en arte, podría ser artista, pero más que nada soy pintor.”
En esos momentos históricos, la pintura llevaba ropajes neo-impresionistas. Partiendo por las evocativas obras de Edvard Munch; pasando por la escandalosa obra de Georg Baselitz; el talento Vasiliy Ryabchenko; la energía de Jean Michel Basquiat; y la intuición en Keith Haring; los pintores neo-impresionistas, siempre daban que hablar. La crítica de arte se mantenía en constante estado de alerta.
Bororo reaccionaba al arte conceptual con una pintura instintiva; gestual; llena de vitalidad; en ocasiones agresiva. No le importaba si la pintura se chorreaba por el lienzo; eso no sugiere falta de método, puesto que maneja una gran técnica, es solo cosa de admirar sus líneas seguras y trazos expresivos.
En un país ensombrecido por la dictadura, la imaginación de Bororo llegó para iluminar. Pintaba su entorno y cotidianeidad -su casa; su cocina; sus platos y vasos-; también su gusto por Jimmy Hendrix y Los Beatles; pintaba con humor; pintaba como denuncia. En un mundo lleno de conflictos bélicos y revoluciones por doquier, la pintura era un refugio; era paz y amor; amor por pintar.
Es en el año 1895 cuando Carlos Maturana irrumpe en la escena artística nacional para reafirmar su compromiso con la renovación de la pintura. Se presenta en el certamen de la Bienal Internacional de Arte de Valparaíso con un gran “Califont” pintado en un papel de 3 metros de alto por 3 metros de ancho. Es el calefón de su casa.
Esta obra es gesto; acción; experimentación; es mancha y trazo; es el cuerpo de Bororo en movimiento. También es memoria e identidad; lo domestico. El espacio íntimo del autor utilizado para hablar de la contingencia. En la obra aparecen militares; tanques; balas; una bomba que hizo estallar a una citroneta en un atentado; junto a cachivaches de su cocina; se superponen en perspectivas y planos únicos. Hay objetos alterados; algunos desproporcionados; se apropia del espacio; satura sectores, aligera otros.
Cuando fue presentada como la obra ganadora de la Bienal, las críticas no se hicieron esperar. En la academia y en la comunidad artística se generó escozor. En la prensa se dieron acalorados debates ya que algunos la encontraban burda y tosca; no estaba a la altura de “las bellas artes”; un simple calefón vulgariza el oficio; de lleno, era tildada como una obra “mala”.
Sin embargo, el “Jurado de Selección Nacional” compuesto por Nemesio Antúnez; Milan Ivelic; Francisco Javier Court; Waldemar Sommer; Eduardo Vilches; sabían perfectamente lo que Bororo estaba haciendo.
Carlos Maturana es la renovación del arte nacional. Si bien coexistió y debatió con sus colegas conceptuales, nunca tuvo la intención consiente de reivindicar la pintura o poner en pugna a colegas y estilos artísticos. Solo que no podía evitarlo, no podía dejar de pintar.
Es espontaneo; lo arriesga todo; revisita constantemente su obra; trabaja de manera persistente, pero también se cansa y a veces para. Sin embargo, su inconformismo lo empuja a intentarlo una y otra vez; cada vez con más fuerza. Repudia copiarse a sí mismo.
Carlos Maturana se ha logrado posicionar como uno de los artistas chilenos más reconocidos en el mundo. Son decenas de premios y distinciones las que ha recibido. Sus obras se han presentado en exposiciones en Chile; Francia; Estados Unidos; Argentina; España; Inglaterra e Italia.
“El Califont” no ha sido exhibido a público durante más de 20 años, siendo el nuevo renacer de la Bienal Internacional de Arte de Valparaíso una imperdible instancia para presentarle al mundo artístico; a los vecinos y vecinas del puerto; el talento del maestro Maturana.
Javier Muñoz
Encargado Contenidos y Colecciones
Museo Baburizza