Editorial: Carlos Hermosilla, grabador porteño
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El dibujante, grabador y docente Carlos Hermosilla Álvarez, nació en el puerto de Valparaíso en 1905. Sus primeros pasos los realizó en Cerro Alegre, lugar pintoresco cargado de identidad que como declaraba Joaquín Edward Bello, es “(…) un esquema de la humanidad misma”.
Don Carlos habitó ese espacio donde coexistían ranchos humildes desposeídos de toda fortuna. Las casas sencillas de la clase media y casonas con aspiraciones de palacio, erigidas por la aristocracia comercial, naviera y bancaria, estaban compuestas principalmente por inmigrantes ingleses, croatas, italianos, españoles y alemanes.
Posterior al espantoso terremoto de 1906, su familia se trasladó al Cerro Toro, sector de un marcado perfil popular habitado principalmente por “vaporinos”. Estibadores, navegantes, obreros de dique fueron sus vecinos, los que posteriormente serían centrales protagonistas en las obras de don Carlos.
Callejeó, peloteó, jugó con los chiquillos del puerto en torno a la Iglesia la Matriz, santuario en el que fue bautizado. Estaba empapado de esa “aura populis” de un mundo pequeño, heterogéneo, entrañable, cambiante y mágico. La pobreza siempre rondó a su alrededor y generaba una constante incertidumbre al futuro, pero pese a eso, fue feliz.
Las carencias más azarosas llegaron cuando su padre, técnico de taller gráfico, se quedó sin trabajo y la familia emigró a la ciudad de Concepción buscando un mejor pasar. Carlos, siendo aún un pequeño niño tuvo que salir a buscar sustento para apoyar a su familia. Fue el “chico de los mandados” de librerías, telégrafos, fruterías y sastrerías.
Sin embargo, siempre estuvo vinculado al trabajo de su padre con la prensa. Siendo su ayudante, demostró sus aptitudes, logrando trazar sus primeros dibujos.
Otro hecho marcaría profundamente esa existencia en Hermosilla, la que se sitúa entre la esperanza y la tristeza. En 1926, Carlos con 18 años de edad, retornó a Valparaíso junto a su familia. Aún viviendo en la precariedad, la devastadora poliomielitis atacó al artista. Los embates del virus obligaron a sus doctores a amputarle la mano y pie izquierdo. El peregrinaje por distintos hospitales y el reposo obligado, lo llevaron a realizar una profunda reflexión sobre su entorno; sobre las peculiaridades urbanas, la identidad y lo popular, en definitiva, escudriñar en la existencia misma del nativo de Alimapu.
El resultado de estas meditaciones lo llevarían a decretar: “Seré pintor”, ¿cómo?, ¿cuándo? No lo sabía, pero sus energías y anhelos eran imposibles de torcer.
Con toda esa impronta, el artista comenzó su carrera como autodidacta. Luego, en 1930, ingresó a la Escuela de Arte de la Universidad de Chile. Fue alumno de Ana Cortés, la primera pintora chilena en ser Premio Nacional de Arte. Hermosilla, se perfeccionó en la prensa gracias a los estudios adquiridos en el Taller de Artes Gráficas de Marco Bontá.
En sus inicios creó algunas obras en óleo y temple, pero fue la técnica del grabado a la cual dedicó toda su carrera artística: Dibujos, litografías, xilografías, zincografías, aguafuertes, puntas secas, linóleos y monocopias, fueron sus soportes más utilizados.
Toda su obra es reflejo de su fibra más interior; una existencia difícil, llena de desventuras y carencias, a la cual impregnó una profunda melancolía en sus grabados, pero la energía vital que lo caracterizaba le permitía representar la miseria con una notable dignidad, llena de luces.
Valparaíso, el puerto, cerros, sus calles y vecinos fueron sus musas. Los influjos directos del medio familiar y urbano se aprecian en sus estampas. Su arte no tuvo otra ambición que ser un testimonio de su época. Hermosilla comprendía a cabalidad el importante compromiso que tiene un artista con su contexto. Es consciente que no es lícito rechazar tal responsabilidad depositada en sus gubias, rascadores y bruñidores.
Durante más de 3 décadas, su carrera ascendió nacional e internacionalmente. Realizó más de 50 exposiciones individuales y participó en más de 50 exposiciones colectivas. Destacan la Exposición de Grabados, Río de Janeiro, Brasil de 1943; Exposición de Grabados en Bloomington, Illinois, Estados Unidos de 1945; la Bienal Internacional de São Paulo, Brasil de 1951; Exposición de Grabado Intergraphic, Berlín, Alemania de 1970. En la década del 70 se le dedicaron decenas de muestras retrospectivas, tanto en Chile como en el extranjero.
Fue premiado y distinguido con una veintena de reconocimientos, en la cual se sobresalen el Primer Premio en el Salón Oficial, Santiago de 1938; la Medalla de Oro Exposición de Arte Chileno en Buenos Aires de 1940; fue condecorado por la Federación de Artistas Plásticos de la República Democrática Alemana en 1970. Además, Valparaíso, le otorgó la categoría de Ciudadano Ilustre.
Sus obras actualmente se encuentran cauteladas por distintos museos e instituciones nacionales, tales como el Museo Histórico Nacional; Biblioteca Santiago Severín; Ilustre Municipalidad de Valparaíso; Museo de Arte Contemporáneo; Pinacoteca de Concepción; entre otros, pero es el Fondo de las Artes de la Universidad de Playa Ancha y su flamante Museo Universitario del Grabado, el que cautela la mayor parte del patrimonio artístico del grabador.
Sus telas y papeles también representan el arte de la prensa internacionalmente. Ejemplares son cautelados por el Museo de Lídice de República Checa, el Museo de Washington de Estados Unidos, el Museo de Stalingrado en Rusia y en la Collection of Latin American Art de la Universidad de Essex en Reino Unido.
Dentro de toda esta vasta trayectoria, además, tuvo la generosidad de compartir todos sus conocimientos con las nuevas generaciones. Fue profesor de dibujo y grabado de la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar y fue fundador del Taller de Artes Gráficas de la misma ciudad.
Hoy, aún podemos ver su influencia sobre artistas contemporáneos. El circuito artístico lo valora y respeta, considerándolo un puntal del desarrollo del grabado nacional.
Al maestro, a don Carlos, se le admira y extraña con particular cariño.
Javier Muñoz A.
Encargado Contenidos y Colecciones
Museo Baburizza