La lección de pintura
En una de esas aristocráticas pero algo abandonadas casonas del balneario de Cartagena, en el litoral central, vivió hasta el último día de su vida, fecha que el mismo decidió cual sería, el gran pintor Adolfo Couve. Dueño de un talento y genialidad únicos, pondría fin a su vida en una edad
relativamente temprana, dejando trunca una extraordinaria carrera artística, pero sobre todo privándonos de la presencia de un artista mayor. No sólo fue exitoso en la pintura, sino que su relación con la literatura fue positiva y muy reconocida, siendo la novela “la lección de pintura”, una suerte de obra de culto en la escena nacional.
Parto con esta referencia de la trayectoria de Couve, precisamente por el título y el contenido de la novela que señalo en el párrafo anterior, la que fuera publicada por primera vez en el año 1979, que con un sugerente título, que la crítica especializada ha destacado que la novela refleja la búsqueda incesante del artista, un verdadero ejercicio estético, en el camino de reforzar la vocación y la manera de enfrentarla.
El sugerente nombre es el que me sirve ahora para referirme a otro gran artista, también lamentablemente fallecido, aunque en este caso producto de una penosa enfermedad, y que sentimos tremendamente presente a pesar de su ausencia física, me refiero a Eduardo Mena, fallecido el año 2021 , y quien me merece una primera reflexión relativa a su manera de hacer su vida artística, con un compromiso personal en la búsqueda de la mejor realización, que a pesar de una vida breve, nos dejó una obra maciza, sólida y muy especial.
Para su mejor recuerdo actualmente en el museo de bellas artes de Valparaíso , el palacio Baburizza, se está presentando una exposición retrospectiva de su obra, que nos da cuenta del gran talento y el especial oficio que tenía para trabajar la pintura, cuya lección de aprendizaje es
sin duda su principal sello.
Perteneciente a esa pléyade de pintores avecindados en nuestra ciudad, rápidamente se convirtió en un porteño furibundo, de los que pueden amar y odiar la ciudad con la misma intensidad, pero de la que no pueden renegar ni menos olvidar. Se asentó en pleno barrio puerto, en el entorno de la iglesia de La Matriz, donde convivió con más de alguno de los personajes típicos del sector, que probablemente por origen no le resultaran propio, pero que por decisión y convicción fue su barrio y su gente, a los que retrató en muchas de sus extraordinarias obras.
Sin embargo pinturas sobre telas, no fue lo único que hizo Eduardo Mena, porque son famosas sus piedras pintadas, las que encontraba o más bien lo encontraban y a las que él le ponía color y las convertía entonces en objetos de arte, que hoy y ante la ausencia de autor, también se vuelven un
poco de culto. En un capítulo de su testamento, que más bien es un manifiesto de lo que debe ocurrir tras su partida, de la cual él tuvo conciencia que iba a ocurrir en un determinado momento debido al avance de la enfermedad, dejó dos expresas tareas asignadas, a su amigo y colega Gonzalo Ilabaca le mandataba a realizarle una exposición póstuma, y a su hermano Beltrán, la edición de un libro que recogiera su trayectoria.
Ambos cumplieron con lo encargado, es así como entonces encontramos la muestra titulada “Mena City blues”, con más de 30 pinturas e igual número de piedras pintadas, que como señalaba presentan distintos tiempos y momentos de la realización de su vida artística; y también ha visto la luz el libro titulado Mena, un vocablo corto pero fuerte, una palabra recurrente en la escena artística de Valparaíso, un sonido referencia de un artista
consecuente y comprometido, en suma la palabra Mena nos lleva al reflejo de una verdadera elección de pintura, que también se convierte en una profunda lección de vida.
Me ha sido especialmente significativo ser testigo de ambos hechos, por cuanto he podido comprobar como Eduardo Mena pudo convocar tantos afectos y compromisos, poder apreciar el cariño y recuerdo profundo de sus amigos, la resignación y fortaleza de su madre, Ximena Concha,
quien ha vivido ese indeseado dolor de perder un hijo; el cariñoso recuerdo sus hermanos, quienes también se han dado a la tarea de mantener vivo el legado de Eduardo, pero no por una cuestión solamente de vínculo, más bien conscientes de qué se trata de una obra de gran espesor, que no puede desaparecer, como tampoco el recuerdo y el legado de su hermano.
Para la realización de estos proyectos se ha podido contar con muchas voluntades, y es justo reconocer a la Galería Bahía Utópica, la que se ha puesto a disposición de poder hacer la muestra, buscando junto a la familia del pintor, muchas obras en poder de generosos coleccionistas que las
han facilitado. También a quienes hicieron posible el libro y a todos quienes de una u otra forma nos han ayudado a que Eduardo Mena esté muy presente en nuestro Museo y en la ciudad con la que contrajo un vínculo indisoluble, incluso más allá de la existencia terrenal.
Rafael Torres Arredondo
Magister en Patrimonio
Director Museo Baburizza