Entrevista a Luis Andrés Figueroa: “Germán Arestizábal representa la memoria visual de nuestros sueños”
Fotografía: Bernardita Cancino.
Conversamos con el curador de la exposición temporal “SUR-REAL. Retrospectiva póstuma de Germán Arestizábal (2000-2021)”, que se presenta hasta el 15 de diciembre en el Museo de Artes Palacio Baburizza en Valparaíso. Luis Andrés Figueroa, escritor y profesor universitario, realizó sus estudios en Literatura y Lengua Española en la Universidad Católica de Valparaíso, titulándose con una memoria sobre la poesía de Jorge Teillier y la pintura. Más tarde realizó su maestría y doctorado en Literatura y Artes en Washington University en Saint Louis, Estados Unidos. Actualmente se desempeña como docente universitario, es creador del programa de creación Escrituras Maravillosas, complementando sus labores en el campo de la edición de poesía y arte chilenos.
¿Cómo nació su amistad con Germán Arestizábal?
La amistad nació a distancia hacia finales de los 80’s. En la memoria que hice en la U.C.V. sobre Jorge Teillier y la pintura, en especial la pintura de Marc Chagall, en la correspondencia inicial que tuve con él hacia el año 1986, en algún momento pregunté si se podía reconocer en Chile una pintura asociada a su poesía, y él me indicó que había un dibujante -entre otros y otras artistas- que él consideraba el “ilustrador de los lares”, y ese artista era Germán Arestizábal.
A partir de esa observación me puse en contacto con él por vía postal, en el tiempo en que vivía en Castro, en la Isla de Chiloé, y fue muy generoso en enviarme un trabajo original: el poema por él ilustrado “Atardecer en automóvil” de Jorge Teillier que es parte de la exposición. Luego, cuando pudimos conocernos y encontrarnos en 1992 en Valparaíso, se dio una relación de afinidad bien espontánea que continuó en el tiempo. Los primeros trabajos que compartimos fueron justamente esos poemas ilustrados de Jorge Teillier, y a partir de allí nacería un segundo trabajo mayor de arte y poesía en Estados Unidos. Al trabajar sobre el mundo de Alicia en el País de las Maravillas en nuestra poesía y arte, reapareció Germán Arestizábal quien dedicó bellas imágenes al universo de Carroll y de Alicia. De ese tiempo nació la tesis final, una colección de ensayos ilustrados que se titula “Al Sur del Espejo”, y en ella Germán Arestizábal tiene un espacio destacado.
Hubo también una correspondencia a distancia por largo tiempo, casi diez años, tanto aquí como afuera. Estando en Chile, siempre que iba al sur, especialmente a Valdivia, nos veíamos y casi siempre traía alguna obra, algún dibujo, algún collage que lo adquiere o que nos regalaba a Stéren, mi esposa, y a mí. Pequeños microuniversos de su universo visual. Después, hasta hoy –porque en este sentido no hay un final- se mantuvo ese contacto nacido de aquellos primeros encuentros, más aún cuando él había vivido en los 60s e inicios de los 70s en Valparaíso y siempre la ciudad estuvo en él, en su memoria, en sus imágenes. Había estudiado arquitectura en la U.C.V., y aunque no continuó la carrera, descubrió que su campo era la ilustración. Más que la pintura, la ilustración. Comenzó su oficio en ese campo ilustrativo, muy en la línea de Coré, el legendario ilustrador de El Peneca, pero también no se lo puede dejar de asociar a los dibujos reales-maravillosos de Bruegel el Viejo -esos pescados gigantes varados en la arena echando más peces y mil cosas por la boca- o el Aduanero Rousseau, los collages de Matisse, Magritte o el Pop Art estadounidense, entre tantos otros pintores o corrientes. Te cuento que él admiraba mucho a Francis Bacon, para él era el pintor más representativo de esta época. Y dialogaba muy bien con el mundo de la poesía que fue un arte que también cultivó. En esa afinidad de poesía y de pintura, se creó un vínculo muy bello que continuó hasta el final, hasta su partida.
“De alguna manera él universalizó los imaginarios de nuestra identidad, y en especial la memoria surreal de nuestro sentido humano de lo maravilloso, de lo onírico, de lo erótico, recogida de la música, del cine, de la poesía; de la metrópolis y de la provincia, de los puertos, que él conoció y muy bien; la memoria visual de nuestros sueños”
Me gustaría conocer su faceta humana, porque mientras buscaba información encontré en el sitio web de Culturas de Región del Bío Bío que indicaba que para muchos jóvenes artistas, Arestizábal se convertiría en un referente y guía, quedando en sus memorias la generosidad, humildad, sabiduría y calidad que lo caracterizaban. ¿Tú compartes esa opinión?
Sí, la comparto justamente por la forma en que lo conocí. La apertura que tuvo al vernos por primera vez creo que era muy propia también de su época. No deja de ser significativo que personas como Jorge Teillier, Allan Browne, Ennio Moltedo, Germán Arestizábal -quienes se encontraron en el oficio de la escritura, diseño e ilustración de libros- fueran de un período en el país –un país inimaginable hoy- en donde la amistad era prioridad, más que por ideologías que se intensificaron luego en generaciones más comprometidas socialmente con los profundos cambios que se avecinaron en Chile. La amistad fue muy importante en los años de postguerra, tal vez porque los jóvenes de la postguerra, al vivir directa o indirectamente la guerra, intuyeron que la convivencia y la paz eran muy importantes luego de los traumas del Holocausto y la Bomba Atómica. “Nos dejan de herencia una Bomba / pero ella caerá sobre nosotros” decía Teillier en una de sus “Cosas vistas”. Hoy esa bomba es el colapso ecológico que cae sobre nosotros, y las generaciones jóvenes tal vez lo intuyan de manera más intensa y ojalá que más lúcida.
En la medida que vas conociendo su arte, descubres en él un singular oficio de creación y re-creación de la imagen, de las imágenes interiores acumuladas por nosotros casi secretamente, como en un sueño de integraciones que él lleva primera y preciosamente al dibujo en lápiz a color, uno de sus más bellos logros. Ese arcoiris del dibujo a lápiz de color en que pareciera estar tejiendo con luz nuestra vigilia en sueños, y que luego va a ir combinando con distintas técnicas en sus búsquedas y años. Arestizábal es un arte de compartir, de invitar al observador a jugar, recordar y recrear un código visual y cifrado guardado en lo más secreto de nuestra memoria personal y común, sin contradicciones, pleno y paradójico a la vez, como su propio arte.
“Diría que Germán Arestizábal llevó, de la mano del lápiz a color, al dibujo y a la ilustración, esa memoria de nuestros sueños vigilantes, y en ese sentido fue surreal -no surrelista-, sur-real, real del Sur”
¿Qué te parecen, a propósito de los jóvenes que descubren, los y las estudiantes guías de la Universidad Católica de Valparaíso que han sido mediadores de la exposición?
Compartimos con ellas y ellos antes y después de que se inaugurara la exposición. La mayoría no conocía a Arestizábal, y lo fueron descubriendo a partir de las preguntas o interacciones que tenían con los visitantes. Ha sido clave que los estudiantes de Arte y de Historia sean los encargados de guiar a grupos y personas de toda edad, ya que por su formación –y aunque no conocieran y comenzaran a conocer a Arestizábal- sí tienen el mapa para situar lo desconocido. En la medida en que se tienen los mapas espacio-temporales de las artes, ellas y ellos logran instalar la obra de Germán Arestizábal ya no como un nombre, sino que como una producción a la vez interconectada y singular, precisamente por su conocimiento en el campo integrado de la Historia y las Artes, y que está allí desplegado en 40 obras del artista realizadas en los últimos 20 años. Lo hermoso es que los estudiantes, fueron redescubriendo y recreando, con labor de guías para el visitante, sus interpretaciones de la obra misma de ese artista chileno hasta hace poco desconocido para algunos de ellos. Tal vez allí está la pequeña maravilla de su propia creación, compartida en sus guías e interpretaciones.
Germán Arestizábal ganó el Premio Regional de Artes 2018 y el Premio Municipal de Arte de la Trayectoria 2006. También fue candidato al Premio Nacional de Artes. ¿Consideras que fue el reconocimiento que le faltó?
Sí, es significativo, pero no es lo más importante. Los premios, mayores o menores, son reconocimientos o incentivos, y debieran ser más medios que fines. Artistas chilenos no tuvieron esos premios, merecidos por cierto. Vicente Huidobro, María Luisa Bombal, Jorge Teillier o Enrique Lihn no obtuvieron el Premio Nacional de Literatura, por nombrar a algunos. En el campo de las Artes Plásticas siempre pienso en Juan Egenau, el magnífico escultor chileno que tampoco lo recibió, más aún en una época en que la existencia de las artes era problemática. Sin embargo su obra escultórica es inolvidable y perdurará para siempre, independientemente de los premios. En el Museo Baburizza hay unas bellísimas esculturas de él y que puedan ser apreciadas por todos es mucho más que un premio. En el campo de las artes, sin duda Germán Arestizábal ameritaba obtener el Premio Nacional de Arte. De alguna manera él universalizó los imaginarios de nuestra identidad, y en especial la memoria profunda de nuestro sentido humano de lo maravilloso, de lo onírico, de lo erótico, recogida de la música, del cine, de la poesía; de la metrópolis y de la provincia, de los puertos, que él conoció y muy bien; la memoria visual de nuestros sueños. Diría que Germán Arestizábal llevó de la mano del lápiz a color, al dibujo y a la ilustración, luego al collage y las técnicas serigráficas, esa memoria de nuestros sueños vigilantes, y en ese sentido fue surreal -no surrelista-, sur-real, real del Sur.
Por lo que me dices, asumo que la exposición Sur-Real, el nombre que tiene en el Museo Baburizza, es por lo que me mencionas.
Creo que sí. Pensé que así como su amigo Teillier, Germán Arestizábal, aunque nacido en Santiago, se hizo muy sureño, ese sur real que juega con el surrealismo que allá muy al norte europeo fue lo sobre o super real. “El surrealismo es lo más real de lo real” creo que lo decía Pierre Reverdy. Y pues yo imagino que ese sur-real es lo más real de lo real de nosotros. Chile, de Norte a Sur, siempre es Sur.Y algo de ese milagro poético guardaban y compartían Arestizábal y Teillier, la amistad que sigue conviviendo en esta exposición.
“Él no era un paisajista, era más bien un hombre del sueño, del eros onírico o ensoñado, del juego visual de las palabras, pero Valparaíso está presente en el imaginario de una forma siempre original y permanente, así como también el sur de Chile, Chiloé y Valdivia”
¿Cómo Arestizábal descubrió su arte?
Imagino que su descubrimiento como artista fue temprano. Hay un cuadro en la exposición que es su versión de la obra “El retrato de un artista cachorro”, que toma el título del poeta inglés Dylan Thomas. Se ve a este niño debajo de una máquina de coser que adquiere distintas formas, donde está todo su imaginario mientras juega con un perro, el ícono de RCA Víctor. Con ello muestra que el imaginario del niño es su mundo oculto. Por eso imagino que a temprana edad se dio cuenta de su poderío artístico. Seguramente lo habrá definido la lectura de El Peneca, y el descubrimiento del gran dibujante Coré tan onírico y sensual a la vez, y del cine, o de las tiras cómicas del Gato Félix, de las revistas de la época, de la fotografía humanista que celebra la vida y el reencuentro amoroso de la postguerra, entre otros elementos que sin duda le marcaron.
Él siempre optó por llamarse un ilustrador más que un pintor, y eso de alguna manera lo conectaba con la poesía. Otro elemento que también dialoga con la formación inicial que tuvo en arquitectura en la UCV, fue imaginar espacios de re-creación en Valparaíso, especialmente imaginados para niños, adolescentes y jóvenes. Jugar y re-crear. Espacios imaginarios de la recreación, en el amplio sentido de la palabra. Esos trabajos no llegaron a concretarse en Arquitectura de la UCV -lo leí en una crónica de Gustavo Boldrini- pero no deja de ser significativo que siempre Arestizábal, a su manera, recreó imágenes arquitectónicas o urbanas reales incorporándolas en su universo imaginario y Valparaíso siempre fue parte de esa llamémosla arquitectura o urbanismo imaginarios, como ese sugerente dibujo de la mujer-isla en la bahía de un Valparaíso puntillista del libro Para un pueblo fantasma de Teillier. Un Valparaíso en la niebla de lo onírico. Su Valparaíso soñado y dibujado.
¿Y por qué para Arestizábal era tan importante Valparaíso?
Tal vez por ser un puerto con leyenda. Un puerto para leerlo dibujándolo. No deja de ser curioso porque Germán nació en Santiago, aunque él siempre dijo ser sureño, ya que su infancia la vivió en Osorno. Pero llama la atención, mirando su itinerario de vida, que vivió siempre muy próximo al mar. Estudió en Valparaíso, viajó a El Salvador y conoció su puerto de Acajutla. Cuando estuvo en California indudablemente San Francisco fue una ciudad de referencia, lo mismo Nueva York y, aunque no vivió allí, la conoció muy bien. También vivió en un puerto fluvial como París; lo mismo en Valdivia, otro puerto fluvial, probablemente el más bello de Chile. Pareciera ser que los artistas chilenos buscan el mar. Hay algo allí que Germán poetizó en su visualidad. Él no era un paisajista, era más bien un artista del fenómeno humano, del eros onírico o la ensoñado, del juego visual de las palabras, pero Valparaíso está presente en el imaginario de una forma siempre original y permanente, así como también el sur de Chile, Chiloé y Valdivia, o México o el País del Cine y de la Música de aquí y de más allá.
¿Qué tan importante fue su viuda María Kremer en la vida y posterior de Germán?
Creo, y no quisiera ser infidente, que Germán tuvo un regalo en María y también lo tuvo María en él. Su encuentro, siendo ambos santiaguinos, les llevó al Sur. Un arte de la fuga al Sur. Fue Valdivia el lugar que los unió. Esa complementariedad de Germán y ella revela una relación amorosa que aparece en su obra, con distintos nombres y figuras. En la exposición hay un dibujo a lápiz de colores dedicado a ella, con Alicia ovillando en un sofá acogida por el Gato de Cheshire, tal vez una imagen de ellos mismos en el encuentro. Si hay alguien que ha cuidado la obra de Arestizabal, indudablemente ha sido su compañera María Kremer. De allí tal vez la confianza que ella depositó en que este tesoro póstumo pudiese viajar, incluso con ese gran libro de la bitácora visual del artista también expuesto, desde Valdivia a Valparaíso. Un amor y cuidado que también se corresponde con lo que Germán Arestizábal llevó en su vida de la ciudad porteña.
Sé que estás trabajando en un proyecto que involucra a Arestizábal. ¿Podrías contarnos sobre ello?
Al ir preparando la exposición me di cuenta que habían más cartas aéreas Castro-Valparaíso-Saint Louis de las que imaginaba. También dibujos, fotografías, collages, poemas ilustrados, pequeñas piezas adquiridas o regaladas en esos viajes de encuentro en Valparaíso o Valdivia. Son cartas muy bellas. Y así como a otros artistas próximos y admirados como Jorge Teillier, Ennio Moltedo, Gonzalo Millán o Allan Browne, quisiera dejar memoria de esa admiración y amistad. ¿Y qué mejor que el tesoro del libro ilustrado? Al final uno llega a la conclusión que todo lo que lee, escribe, estudia, bien o mal, es simplemente para cuidar, para cuidar aquello que si no se cuida puede desaparecer, como tal vez algún día desaparezca. Cómo cuidar un arcoiris. Un imposible. ¿Cómo hacerlo? Simplemente tocarlo con cuidado y paciencia y hacerlo evidente a los otros para que lo vean y atesoren antes de que desaparezca. Nada más.
Para quienes aún no conocen la exposición que va a estar abierta hasta el 15 de diciembre, ¿qué pueden encontrar en la muestra de Germán Arestizábal en el Museo Baburizza?
Primeramente se debe agradecer la cuidadosa tarea del Museo de Bellas Artes – Palacio Baburizza, partiendo por su director don Rafael Torres, quien tuvo desde el inicio una muy buena acogida para la muestra de esta obra póstuma de Germán Arestizábal hace ya más de un año. También mencionar al historiador del arte Javier Muñoz, responsable de colecciones del museo y su fina atención en el montaje de ella, como también al artista y profesor Sebastián Gil y la resolución técnica de las obras en el espacio. Y a los equipos del museo y a los estudiantes guías de la exposición, y a Marc Cito, Stéren Chabert, Rodrigo Browne y Mauro Lira, quienes apoyaron en distintas etapas del trabajo.
Diría que la exposición, en cuanto fenómeno visual, tiene algo de ese arcoíris tan propio de de Germán Arestizábal. Porque los arcoíris así como surgen, desaparecen. O parecieran desaparecer. Son regalos terrestres y celestes inesperados. Como llegan, se van, dejando su silencioso anuncio. El arcoíris habla por su imagen, como Arestizábal lo hace. Lo que se encuentra en el Museo Baburizza es una parte del legado de Germán que cayó aquí, por una feliz conjunción humana y atmosférica, y por el amor de Valparaíso al artista. Otros paños de ese mismo arco se encuentran en Valdivia, Chiloé, Santiago, y en otras partes del país y del extranjero, como en Montevideo, San Salvador, Ciudad de México, Nueva York, París, Tel Aviv, por nombrar algunas ciudades. Pero este arcoíris póstumo puso primeramente uno de sus ligeros pies aquí. Tal vez por el amor que también Germán Arestizábal profesó por este puerto, miserable y magnífico como lo definió nuestro gran fotógrafo Sergio Larraín, otro gran revelador de esta ciudad. Es la exposición de su obra póstuma, no la última por cierto, y es el arcoíris que quedó habitando su casa y su taller. Son las obras que rodearon su partida. Imagino que ese es su secreto y evidente valor.
Por: Tamara Candia Ahumada
Periodista Museo Baburizza