Conversando con Pascual Baburizza
Nos encontramos con Pascual Baburizza en la entrada del Museo. Quedamos de reunirnos a las 10:00, pero a las 09:43 estaba esperando. Su antelación no sorprende. Sus cercanos solían decir que él siempre fue un adelantado de su época; tanto en la vida como en los negocios. Su vestimenta no dejaba indiferente a nadie: vestía un lujoso traje de 3 piezas, con un calce perfecto.
Al entrar al Palacio, miró con curiosidad en todo lo que se ha convertido el lugar que dejó tiempo antes de trasladarse a su hacienda en San Vicente, producto de la bronquitis que le afectaba.
Cuando nos saludamos, entramos y se detuvo en la obra creada por Rudolf Pintye Racz, que lo retrata sentado de forma muy pulcra. Al verse, señaló “qué diferente me veía. Aún recuerdo lo incómoda que fue la postura y el tiempo que tomó, pero valió la pena”.
Al ingresar por las salas, valoró lo bien conservado que está el edificio. “Se mantiene casi intacto a como lo dejé”, agregó. Lo que sí, en diversas ocasiones lo traicionaba su memoria y se dirigía a lugares buscando cosas que ya no hay, y también, encontrando espacios que antes no existían. “Qué gran idea el café en la terraza, ¡cómo no lo pensé antes!”.
Para continuar la entrevista, intentó llamar al personal para que encendiera la chimenea que está en el Gobelino. Su cara de sorpresa no fue menor cuando le mencioné que eso estaba totalmente prohibido. “Pero cómo, si en estas tardes otoñales la prendía y me disponía a ver el atardecer”.
Al preguntarle qué es lo que más extraña del Palacio, su rostro se centró en un punto fijo y no salió de ahí hasta terminar la idea. “Cuando adquirí el Palacio en 1925, la situación en Chile no era la más óptima. Las crisis políticas eran parte de la agenda diaria, pero yo solo quería asentarme en un lugar que me permitiera tener una vista directa a la bahía. Sin duda, anhelo estar en mi habitación y mirar el mar. Pese a sus notorias diferencias, apreciar el mar en esos años me hacía recordar a mi tierra natal. Era mi gran vínculo con mi país”.
Cuando subimos al segundo piso, le llamó la atención las grandes obras que se encuentran ahí. Debido a su personalidad, ver “La juventud tentada por los vicios” de Alfredo Valenzuela Puelma, le dio pudor. Su pálida cara por varios minutos se vio enrojecida, así que decidió seguir caminando sin decir una palabra. Durante largos minutos se mantuvo en silencio.
Recorrió bastante tiempo esa planta del edificio, hasta que retornó al primer piso. Revisó detenidamente cada una de las obras de la Colección Europea, al ser un hombre de pocas palabras, no dio mayor información de su parecer. Cuando le consulté cómo nació su pasión por el arte, fue muy directo. “No adquirí las obras teniendo un objetivo, sólo las compraba según lo valiosas que me parecían en esos momentos”. Y tal como nos cuenta el sitio web Profesionales Croatas, Pascual Baburizza reunió alrededor de 80 cuadros que fue coleccionando en sus viajes a Europa.
“Cuando realicé mi testamento, decidí donar mi casa habitación junto a las obras que reuní, para que se iniciara la fundación Museo de Bellas Artes de Valparaíso. Pese a que cuando compré aquellos lienzos no entendía su verdadero valor, con los años me di cuenta que ponerlos a disposición de la ciudad era fundamental para enriquecer con arte y cultura”.
Con un fuerte apretón de manos nos despedimos, le agradecí su tiempo y conversación. “No sé si alguna vez hablé tanto en mi vida como esta vez”, agregó. Él, con la sobriedad que lo caracterizaba, caminó por el Paseo Yugoslavo. Miró el Palacio por última vez y se despidió.
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Hoy, cuando conmemoramos 149 años de su nacimiento, conversamos con uno de los hombres cuya figura recuerda la generosidad y altruismo de quién sin esperar nada a cambio, entregó sus posesiones a cada ciudad que lo albergó en Chile. Por nuestra parte, cada día velaremos porque su legado siga eternamente estando vigente. Feliz cumpleaños, Pascual Baburizza.